sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo 5.

- Y... Aquí es. - dijo sonriendo Ben.
Estábamos en frente de una casa, bastante grande, y bastante alejada de la mía. Era perfecto. Sacó unas llaves del bolsillo, y abrió la puerta. Nada más entrar, se escuchaban unos piececitos corriendo hacia la puerta. Clara saltó a los brazos de su hermano, riendo.
- ¡Hola Miranda! - dijo feliz.
- Hola, guapa. - contesté con una sonrisa.
- ¿Qué traes en esa bolsa?
- Miranda va a quedarse aquí unos días, Clara. - apenas le dio tiempo a terminar la frase a Ben cuando la niña sonrió, una de las sonrisas más amplias que he visto nunca.
- ¿De verdad? - preguntó incrédula.
- De verdad. - dije yo.
- ¡Qué guay! - y subió corriendo las escaleras. Reí ante la ilusión de ella, y Ben hizo lo mismo.
- Me encanta tu hermana.
- A mí también. No la cambiaría por nada.
- ¿Estáis los dos solos?
- Sí. - contestó, cuando se le cambió un poco la cara. Entonces me dio miedo preguntar algo más, y creo que él lo notó, ya que sonrió de repente. - No te preocupes, es solo que nuestros padres viajan mucho por el trabajo, prácticamente siempre, y solo vienen de vez en cuando. Pero están bien. - suspiré.
- Uf, menos mal. Ya pensé que había metido la pata. - dije medio riendo.
- No te preocupes. - me cogió de la mano y nos encaminamos a la escaleras. - Ven, voy a enseñarte el que va a ser tu cuarto.
La casa era realmente hermosa, y grande. Muy grande. Al subir las escaleras llegamos a un pasillo, y conforme avanzábamos me iba explicando lo que había a cada lado. La primera a la derecha, era un trastero, con cosas de la limpieza, el de al lado era el cuarto de su hermana - se deducía por el cartelito que había en la puerta con su nombre de colorines. - , el siguiente era su dormitorio. En la parte izquierda, había dos baños, una sala de estar con una tele enorme y un sofá grande también, que me enseñó por dentro, y al lado de esa sala, en frente de la habitación de Ben, era la que iba a ser "mi nuevo cuarto".
- Es la que utilizamos para invitados, y es bastante fea... Pero puedes ponerla como quieras, como si estuvieses en tu casa.
- Vale. ¿Podemos verla ya? - realmente estaba impaciente por verla.
sonrió y abrió la puerta. La habitación era grandecita, por no decir muy grande. Entré y vi la cama de matrimonio que había, con una mesita de noche al lado. Al otro lado de la cama había una puerta, la abrí y era un pequeño vestidor. En frente de la cama había un espejo enorme, y al lado de ese espejo, una mesa con una tele. En ese momento lo único que me pasaba por la cabeza es que tendrían mucho dinero, y que cómo había acabado yo aquí, en esta mansión, porque parecía una mansión.
- Y... Esta habitación es la de invitados, ¿no? - pregunté sonriendo.
- Sí.
- ¿Y cómo es la tuya? Quiero decir... Para ser la de invitados es bastante grande.
- Bueno... en realidad no es la de invitados, es la de mis padres, pero como nunca están, pues la utilizamos para invitados, como te dije antes.
- Ah, eso explica que sea tan grande y bonita.
- Ya te dije que la puedes decorar como quieras, que está bastante "sosa". - sonreí. - Bueno... Te dejo para que coloques tus cosas ya y la cotillees un poco más.
- Gracias por todo, Ben. Apenas me conoces y...
- No hay por qué darlas. - dijo sonriendo, y salió cerrando la puerta tras él.
Empecé a "cotillear" la habitación, como dijo él. Observé que la mesita de noche tenía un par de fotos encima. Una era de un hombre y de una mujer juntos, que supuse que serían sus padres, ya que se parecían bastante. En otra salía Clara, solo que probablemente ahí tuviera unos dos añitos, y en la otra salía Ben, de la mano con su hermana, más o menos igual que la que salía Clara sola.
Me tiré en plancha en la cama. Madre mía, qué cómoda era.

- Miranda... ¿Miranda? Venga, levántate que ya está la cena. - escuchaba la vocecita de Clara como un susurro. Cada vez más fuerte, hasta que abrí los ojos y la vi sentada al lado mía, en la cama. ¿Me había quedado dormida?
- ¿Me he dormido? - dije incorporándome, adormilada todavía.
- Sí, llevas durmiendo toda la tarde, ni si quiera has comido.
- ¿Y por qué no me habéis despertado?
- Porque Ben me dijo que no te despertara, que habías tenido un mal día y necesitabas descansar. - sonreí al escuchar que, de alguna forma, Ben se preocupaba por mí. Hacía mucho tiempo que nadie lo hacía, y me sentía feliz por que después de tanto tiempo alguien lo hiciese. - Pero ya me dijo que algo tendrías que comer en todo el día.
- Vale, ahora bajo. Gracias.
Y después de eso, con esa sonrisa que tiene siempre en la cara, bajó corriendo. Me estiré, había dormido en mala postura, y eso me pasaría factura. Tenía todo el cuerpo agarrotado. Me miré en el espejo, me coloqué bien el pelo y bajé. Me perdía en esa casa, era realmente grande, no sé cómo nunca me di cuenta de que estaba ahí. Al final, encontré el que supuse que era el comedor, y vi en la mesa una caja grande de pizza.
- Buenos días dormilona. O mejor dicho, buenas noches. - dijo Ben riendo.
- Deberíais haberme llamado. El primer día y ya me duermo.
- Necesitabas dormir, ya lo sabes.
- Gracias.
- ¿Te gusta la pizza de jamón y hamburguesa? - preguntó Clara.
- Me encanta.
- Pues menos mal, porque no hay otra. - lo dijo de tal forma, que empecé a reírme.
Comimos la pizza, que ya había comido otras veces de haber estado en esa pizzería, y después llegó el postre. Ben no paraba de decirme que si estaba segura de que no quería más pizza, ya que había comido muy poca. Pero es que no quería, realmente no tenía mucha hambre.
- Bueno, al menos algo de postre querrás.
- No quiero, de verdad. No tengo hambre.
- A ti que no te dé vergüenza de nada, eh. - dijo Clara.
- No me da vergüenza, Clara. - dije medio riendo. - Es que no tengo hambre, de verdad.
- ¿No quieres ni si quiera un helado de chocolate?
- Mm... Otro día tal vez.
- Bueno, pues entonces vemos una peli. ¡Vamos, que la elijo yo! - se levantó de la silla y se fue corriendo al salón.
- ¿Todos los días tiene esa energía? - pregunté.
- Normalmente sí. Menos cuando hace gimnasia en el colegio, que viene cansada. - contestó Ben riendo.
- Me encanta tu hermana, se la ve siempre tan feliz...
- Es una niña, es normal.
- Pues que yo recuerde no era así.
- Pero ella es...
- Especial. - terminé yo.
- Sí, especial.
Le ayudé a recoger la mesa y fuimos al salón. Su hermana ya tenía todo preparado.
- ¡Vamos, que os estoy esperando! - dijo impaciente.
Nos sentamos y puso la peli. No quiso decirnos cual era, porque era "sorpresa". Cuando acabaron los anuncios, vi el título. "Barbie, nosequé nosequé."
Lo que más gracia me hizo fue que, a la media hora de película, Clara se había quedado dormida profundamente, pero no sé por qué Ben y yo seguimos viendo la peli. Cuando acabó, él se levantó y cogió a su hermana para subirla a su cama.
- ¿Tú también vas a dormir ya? - pregunté, flojo para no despertarla.
- No, yo aún no tengo sueño.
Yo apagué la tele, no creo que fuese a ver nada. Al rato bajó.
- ¿Quieres palomitas?
- ¿A las doce de la noche palomitas? - dije riendo.
- Es la mejor hora.
- Vale.
- ¿Con o sin mantequilla?
- Con mantequilla, vamos a engordar un poco.
- Anda que tú estás gorda vamos...
Y desapareció yendo a la cocina. Al poco tiempo podía escuchar el ruido de las palomitas haciéndose. Adoraba ese ruido. Pitó el microondas, y en cero coma apareció él, con un bol grande lleno de palomitas con mantequilla. Se sentó al lado mía.
- Gracias.
Estuvimos un rato en silencio, rato en el que me puse a pensar. Y recordé esa tarde que se acercó y empezó a hablarme del libro, y acabó haciéndome un cuestionario en toda regla. Y me acordé de cómo terminó, con aquel mensaje.
- Oye... - dije - Dijimos que la próxima vez me tocaba preguntar a mí, ¿no?

martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo 4.

- ¿Ayudarte? ¿En qué? - preguntó preocupado. - Tardé un buen rato en contestar, bastante. Y es que no sabía qué decir. Estaba tan nerviosa, que no pensaba con claridad. Lloraba tanto, que no podía respirar bien. Y es que en realidad, ¿tenía tanta confianza con él cómo para decirle eso? Solo lo conocía de un día, sí, pero... ¿Acaso tengo otra opción? ¿Tengo otra persona a quién acudir? No. - ¿Sigues ahí?
- Sí... - dije en casi un murmuro. - Necesito que me recojas...
- ¿De dónde? - de ninguna parte. Pensé. No sé dónde estoy.
- No lo sé...
- ¿Cómo que no lo sabes?
- Que no sé... dónde estoy.
- ¿Pero qué ha pasado? - me quedé en silencio, y el supuso que no iba a responder. Ya me había tranquilizado un poco. - Bueno... ¿No sabes dónde estás? Pero, ¿estás en una ciudad, en el campo, o qué?
- En una carretera. - respondí.
- ¿Y hay algo en la carretera que sea localizable? - entonces miré a mi espalda.
- El... - intenté recordar el nombre completo. - "Centro de Educación y Corrección Lady".
- Voy a buscarlo en internet a ver si lo localizo. - me quedé esperando en silencio. Al cabo de un rato, habló. - Lo encontré. ¿Cómo has acabado ahí?
- Ya te... explicaré. - respiré hondo. - ¿Puedes venir a por mí, por favor?
- Mm... Vale, espero no perderme, y tardaré un rato pero... Iré.
- Gracias. - y dicho eso colgué. Le debía la vida.
Espero que no tarde mucho, porque aquí sola me estoy poniendo demasiado nerviosa. Todavía no asimilo que mis padres me hayan abandonado aquí. ¿Cómo han podido? ¿En serio me merezco esto? Yo no quería que pasara todo lo que pasó, solo fue una broma... Sé que fui una irresponsable pero... Vamos, no soy tan mala como para haber querido que pasara... Pasé un buen rato levantándome, andando de un lado a otro, sentándome, hasta que me quedé sentada en silencio. Al rato, escuché una moto viniendo. Se paró en frente.
- Hola. - dijo Ben mientras se quitaba el casco y bajaba de la moto. - ¿He tardado mucho en venir?
- Un poco. - al menos el tiempo que he estado esperando, se me ha hecho eterno.
- ¿Me vas a explicar cómo demonios has acabado aquí en medio sola?
- Más tarde.
- ¿Cuándo?
- Después, joder. - dije irritada. Puso cara triste, y me arrepentí en ese momento de haberlo dicho de esa forma. - Lo siento, ha sido un día malo, perdón.
- No... no te preocupes. - dijo sonriendo. Se quedó mirando la maleta. - ¿Qué hacemos con eso?
Mierda, fallo. ¿Dónde se puede meter una maleta en una moto?
- Buena pregunta... ¿No puedes llevarla delante?
- Es demasiado grande. - dijo.
- No puedo dejarla aquí. Tengo absolutamente toda mi ropa.
- ¿No puedes deshacerte de cosas y meter la que más te guste en una bolsa o algo? - me reí.
- ¿Tú tienes una bolsa?
- Sí. - abrió el asiento. Sacó una bolsa de los supermercados, las que son grandes para reutilizar. - Esta la puedo colgar en el ganchito de delante, pero la maleta no.
Suspiro. Me acuclillo delante de la maleta y la abro. Empiezo a sacar las cosas, la ropa que me suelo poner más, y dejo en el suelo la maleta con ropa más vieja y que no me pongo. Ahí va la mitad de mi armario.
- Ya.
- ¿Llevas todo
- Sí. - entonces pienso, y me acuerdo. - ¡Espera! - me acerco la maleta y abro la cremallera que tiene en la parte de arriba. Cojo el cuadro con la foto y la guardo rápido, para que no la vea. - Ahora sí.
- Pues venga, sube. - me dio un casco y mientras me lo ponía colgó la bolsa en el gancho. - ¿Alguna vez has montado en moto?
- Mm... Alguna que otra vez. - contesté, recordando el antes.
Notaba como daban golpecitos en mi ventana, como si tirasen piedras. entonces la abrí y me asomé. Y allí estaban los dos.
- ¿¡Qué hacéis!? ¡Vais a despertar a mis padres!
- Tía, venga ya, vente con nosotros. - dijo Vero.
- Que ya te dije que no puedo, que me castigaron ayer.
- Anda ya, pues escápate como otras veces. - Me pidió Óscar. Él era de los que mejor me conocía. 
- Vale, voy. ¡Pero esperaros callaros, a ver si se van a despertar! - me retiro de la ventana y me cambio rápido. Cojo dinero y me lo meto en el bolsillo del vaquero corto, bueno, corto no, lo siguiente de corto. - Voy para la puerta, esperadme allí.
Salgo de mi habitación y abro la puerta en silencio, cojo las llaves antes de salir y la cierro igual silenciosa que antes. 
- ¡Libre! - dijimos los tres a la vez, lo que hizo reírnos.
- ¡Vamos, Mir! ¡Que hoy te toca en mi moto! - dijo Óscar. - Venga, Vero, ve saliendo tú.
Esa era la ventaja que tenía juntarme con gente uno o dos años mayor que yo, que podía ir en moto a todos lados. Me monto en la moto, los dos sin cascos, como siempre.
- Vamos allá. - dijo él. - Agárrate, eh. - le hago caso y le rodeo la cintura con mis brazos bastante fuerte. Cuando quise darme cuenta, el sonido del motor de la moto acelerando me estaba dejando sorda. La moto empezó a correr, muchísimo, y a la nada estábamos haciendo el "caballito". 
- ¡¿Te gusta?! - me preguntó, gritando para que le oyese.
- ¡Tú qué crees! - contesté feliz, gritando, eufórica.
Y lo cierto es que me encantaba esa sensación, me sentía libre, sin ataduras. No me importaba que pudiese caerme, en ese momento solo me importaba la sensación de libertad.
- ¿Miranda? - dijo Ben, sacándome de los recuerdos. - Te has quedado embobada un buen rato.
- Lo siento, estaba... pensando. - sonrió.
- Venga, vamos, monta en la moto ya, antes de que te embobes otra vez y se nos haga aquí de noche. - dijo medio riendo.
- Está bien, voy.
Dicho eso me monté, y cuando quise darme cuenta me sentía como aquella noche, de las últimas que monté en moto. Esa sensación que hacia tanto tiempo que no sentía de nuevo. Esa sensación que tanto me gustaba y que tanto añoraba. De repente pegó un frenazo que hizo que me bajara de la nube.
- Agárrate si quieres, por si pego otro frenazo.
Dicho eso, me agarré, rodeando su cintura. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando quise darme cuenta íbamos en dirección a mi casa, y cuando me di cuenta me alteré un poco demasiado, me empecé a poner nerviosa, muy nerviosa.
- ¡Para, para, para! - grité, con lo que frenó en seco, y chirriaron las ruedas.
- ¿Qué pasa?
- ¿Dónde vamos?
- ¿A tu casa? - preguntó, irónico.
- No, a mi casa no.
- ¿Entonces dónde quieres que te lleve? - me quedé pensando, y mirando la calle. Desde ahí me veían por la ventana, demasiado arriesgado.
- Tú llévame a cualquier sitio que no se vea mi casa, ya te explicaré entonces. - me miró con cara rara. - Por favor. - dije suplicándole, suplicándole de verdad.
- Vale. - y arrancó de nuevo la moto.
Me agarré de nuevo a él, y al poco rato paró en el parque dónde me habló por primera vez. Me bajé de la moto y me senté en la sombra del árbol, y le indiqué que se sentara al lado mía. Se sentó, y se quedó en silencio, tiempo que aproveché para pensar cómo explicarle todo, o casi todo.
- ¿Me lo vas a contar? - preguntó, impaciente.
- Sí...
- Pues adelante. - dijo animándome para que hablase.
- Que... No puedo volver a mi casa.
- ¿Por qué?
- Me preguntaste que cómo había llegado allí... ¿no? - asintió. Y yo tragué saliva. - Pues... llegué allí porque mis padres me abandonaron. - su expresión cambió de repente, realmente sorprendido. - Me engañaron para que hiciera las maletas, diciéndome que íbamos a mudarnos, pero en realidad me dejaron allí. Querían internarme en el centro que te dije por teléfono, un correccional. - esperé en silencio, pero se había quedado embobado, como yo antes.
- ¿Por qué querían meterte allí? - dijo de repente, a lo que me quedé en blanco. ¿Y ahora qué le decía?
- Por... cosas del pasado. Yo he cambiado, pero ellos me tienen ese "castigo perpetuo" que te expliqué el otro día.
- ¿Y se pueden sabes esas cosas del pasado? - preguntó inseguro, por no querer preguntar algo que no fuese oportuno. Sonreí, "disimulando".
- Te prometo que algún día te lo contaré todo, pero hoy no... ¿vale?
- Vale, no te preocupes. - se quedó un rato en silencio. - Y...bueno... ¿Dónde tienes pensado quedarte?
- Es que... - se me pusieron los ojos llorosos, y empecé a notar como cayó una lágrima. - No sé dónde ir.... No sé no, es que no tengo dónde ir. Por eso te llamé a ti. Para que me sacaras de allí... Pero ahora ya no sé qué hacer.
- Puedes quedarte en mi casa. - dijo en un impulso, le miré, y me miró con cara de "tal vez eso no debería haberlo dicho". - Quiero decir... sé que no tenemos mucha confianza, pero a mí no me importaría que vinieses.
- ¿De verdad? - pregunté incrédula.
- Sí, de verdad. - sonrió. Otra lágrima cayó, pero esta era de alegría. Me la quitó con la yema de su dedo.
- Muchísimas gracias, en serio. En cuando consiga dinero, un hotel, un alquiler o algo me iré, pero gracias por dejar que me quede unos días.
- No digas tonterías. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Miranda.
- Gracias, gracias de verdad. - y le di un abrazo, al que él correspondió abrazándome más fuerte aún.